domingo, 31 de mayo de 2015

¿De dónde proviene lo que comes?

foodwaste
¿De dónde proviene lo que comes? Casi nadie puede responder a esta pregunta con precisión, en buena medida porque los procesos de industrialización y urbanización propiciados por el capitalismo determinaron la división tajante entre campo y ciudad, como si uno y otro fueran esferas ajenas entre sí que no necesitan más contacto del necesario. En general las ciudades son grandes centros de consumo, pozos sin fin que acaban con todo lo que reciben y aun así es imposible satisfacerlos. Como habitantes de la ciudad solo sabemos que un alimento llega a nosotros, pero lo último en lo que pensamos mientras lo comemos es en las condiciones en que este se produce.




Al respecto de esta circunstancia escribió hace poco Ari LeVaux en el sitio AlterNet, específicamente cómo una parte considerable de la comida que se sirve en restaurantes regionales de Estados Unidos conlleva condiciones de esclavitud para las personas que obtienen los ingredientes para prepararla. LeVaux refiere el caso de los pescadores vietnamitas, quienes son obligados a laborar 20 horas al día, bajo tortura y a cambio de una paga que en ocasiones es únicamente un plato de arroz cocido.


Ese, sin embargo, es apenas un ejemplo de muchas otras situaciones que hacen posible el consumo de comida en los grandes centros urbanos. La ganadería extensiva, la fumigación de los campos, el uso de semillas transgénicas, la explotación laboral en otras vertientes es parte casi inevitable de esa cadena que tiene su punto final en nuestras cocinas y nuestras mesas.
Solo que esto no es todo. LeVaux no olvida el desperdicio que todo restaurante enfrenta durante su operación. A veces porque el comensal prefiere no tocar la ensalada que acompañó su plato principal (y porque las leyes sanitarias prohíben tajantemente reusar algo que ya se sirvió a una persona), otras porque ciertos insumos simplemente no se utilizaron y otras más por normas absurdas como la concerniente a las papas a la francesa de McDonalds, las cuales tienen que tirarse a la basura si pasaron 7 minutos desde que se frieron.
Como solución LeVaux sugiere poner un poco más de atención en nuestro consumo. Actualmente hay alternativas a esos procesos lesivos para otras personas humanas, para el ambiente y para la economía. En el mercado es posible encontrar alimentos producidos orgánicamente, en la cercanía de nuestro hogar e incluso algunos certifican que no son resultado de la esclavitud. Lo cual, de momento, parece llevarnos de vuelta a nuestros hogares, en donde hasta ahora parece que se encuentra el único lugar en donde es posible tener consciencia plena de qué llevamos a nuestra boca cuando comemos.

http://pijamasurf.com/2015/05/por-estos-sucios-secretos-tendriamos-que-dejar-de-comer-en-restaurantes/

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