jueves, 10 de abril de 2014

Unos cachalotes adoptan a un delfín con una malformación

Cuando los ecologistas Alexander Wilson y Jens Krause del Instituto Leibniz de Ecología de Agua Dulce y Pesca Continental partieron a mediados del 2011 de la Isla del Pico, la segunda isla más grande del Archipiélago de las Azores, y se dirigieron 20 kilómetros mar adentro para estudiar el comportamiento de un grupo de cachalotes que habían divisado previamente, nunca imaginaron el suceso inédito que iban a tener la oportunidad de presenciar.
Y es que, una vez situaron su embarcación en las proximidades de los cachalotes, descubrieron estupefactos que, junto a los ejemplares adultos y a las crías, nadaba en actitud amigable otro cetáceo mucho más pequeño que el resto: un delfín mular adulto con una malformación espinal que le confería a su cola una forma de media S.
El fenómeno que contemplaban sus ojos era único, puesto que aunque los delfines son animales gregarios a los que se ha visto con anterioridad interrelacionarse con otras especies, nunca antes se había observado ese comportamiento en los habitualmente tímidos cachalotes.
Como puedes ver en el vídeo, el delfín no se limitaba a surcar los mares en compañía de estos gigantes que llegan a superar los 20 metros de longitud y las 56 toneladas de peso, sino que mostraba una actitud juguetona que era no sólo tolerada, sino en ocasiones también correspondida por sus inusuales compañeros de viaje.
A la luz de su hallazgo, los científicos continuaron estudiando a este grupo de mamíferos marinos durante los siguientes 8 días y comprobaron que esta poco habitual unión familiar se mantenía en el tiempo de igual manera que el comportamiento afectuoso entre los miembros de la misma.
La pregunta que inevitablemente se hicieron fue: ¿cómo había acabado este delfín conviviendo con cachalotes? Aunque es harto difícil de emitir una respuesta inequívoca, la teoría más probable es que su malformación de nacimiento le colocase en una situación de desventaja respecto a sus congéneres, le relegase en la escala social y le hiciera harto difícil de mantener la trepidante velocidad de crucero que llevaban sus iguales.
Abandonado a su suerte, el delfín probablemente decidió unirse a los cachalotes y convivir en la seguridad que ofrece su cercanía. A ello le ayudó el nado mucho más pausado de estos y el hecho de que, mientras los ejemplares adultos se sumergen en las profundidades para alimentarse, siempre dejan a una niñera en las aguas superficiales para encargarse del cuidado de las crías.
Más difícil de entender es, según la ecologista especializada en cetáceos Mónica Almeida, el porqué los cachalotes aceptaron de buen grado la compañía de este recién llegado, puesto que los biólogos marinos han observado en ocasiones anteriores a ejemplares de delfín molestando e incluso persiguiendo a las crías de otras especies de ballenas.
No parece probable que sentimientos tan naturales entre los humanos como la pena o la empatía estuviesen entre las causas que explicasen el buen recibimiento de los cachalotes a su curioso y amigable huésped. Quién sabe, puede que apreciasen la actitud amistosa del delfín o que, simplemente, pensasen que se trataba de una cría que había nacido con un cuerpo extraño







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